Ni la peligrosidad del trayecto ni la alta probabilidad de ser devuelto parecen desalentar el deseo de empezar una vida mejor en el Viejo Continente. De hecho, a finales de la segunda década del siglo XXI, este fenómeno experimentó un repunte que puso en tela de juicio la efectividad de las medidas migratorias pactadas por España con Marruecos.
No todas las praderas son verdes en la otra orilla
Sin embargo, la situación no solo no mejora cuando se arriba al país de destino, sino que a veces incluso empeora. Cuando una entrada ilegal es detectada, los inmigrantes son esperados en la frontera y a veces devueltos “en caliente”, si bien es cierto que la mayoría de ellos pasan a ser ingresados en alguno de los centros de Internamiento de extranjeros (CIE) activos en España. Gran parte de estos son devueltos o expulsados y otros puestos en libertad, quedando así en un limbo que los conduce, en la mayoría de los casos, a intentar sobrevivir durante los tres años siguientes con el fin de conseguir una autorización de residencia por arraigo social.
Un nuevo fenómeno social: los MENA
Capítulo aparte merecen los menores extranjeros no acompañados (MENA), cuyo número de entradas se ha incrementado a la sombra del aumento general de la inmigración irregular en el país. La mayoría de ellos llegan a las costas españolas en pateras, provenientes de Marruecos, Guinea o Argelia, y acaban internados en centros o en familias de acogida. Los más inconformistas, que deciden escaparse, corren el riesgo de terminar ejerciendo la delincuencia o en redes de explotación laboral, prostitución o trata de personas.